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CONCUPISCENCIA
Juan Pedro Pablo
Armando
una torre de naipes gasté mi día;
subió
tan alto que mis manos temblaban ante su incorregible vanidad.
Nunca
había creado algo que gozara de tan desmesurada gusa.
Chisté
una y otra vez sin saber cómo terminaría
cuando
se derrumbó lo que con esfuerzo había construido:
no
fue el viento el culpable de semejante crimen
ni
el movimiento imprudente de las placas de la tierra
ni
la irrupción de un mozalbete descuidado;
apareció
con un puñal disfrazado en una sonrisa
y
con un beso que tornó mi visión ruin y canalla
lo
que mandó al suelo mi torreón de cartas…
Sentía
miedo, y pereza, de volver a comenzar.
Pensé
toda la tarde en tu cuerpo
e
hice carne la teoría de la concupiscencia con tu carne.
No
importó denunciar a Dios en breve
si
el momento en el que nos recreamos abarcó el propio inicio
y
fin de la eternidad: germinó en nosotros los Campos Elíseos.
En
el vasto vórtice de tu ombligo hallé
el
origen de la flor negra: intenté
arrancarla
pero de su raíz brotó
una
nube de sopor que reposó en mi boca…
Gemiste
y diste comienzo a la unidad suprema,
verdad
del espíritu sensible: la metempsicosis.
Fue
el odio el motivo de nuestro encuentro,
el
amor fue el producto que se ignoró.
Tiempo
después quedó escombros
de
un tupé que no debió ser,
de
momentos gloriosos
que
se escondían bajo alharacas
y
que como una flor que brota
dejaron
ver su ardid:
tus
naipes cayeron
sobre
el peor de los derribos, mi cuerpo.
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