De las tragedias y otras dichas
“En tres tiempos se
divide la vida: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es
brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto”. Lucio Anneo Séneca.
Cuenta la historia que para el año 412 a.c nació un hombre
de magnánima sabiduría, un cínico por excelencia y un orador tan exquisito que
la gente tenía temor de tan siquiera topársele frente a frente. Él logro
convertir la pobreza en una virtud, venció así el mayor temor de todo hombre y
mujer moderno: el miedo a no existir socialmente. Vivió en una tinaja, rodeada
de las cosas que él consideraba era lo único que necesitaba: un báculo, un
cuenco, un manto, un zurrón y sus tan amados y mejores acompañantes, los
perros.
Él gozó del mayor de los placeres, de la madre de todos los
vicios: la locura; con una vela encendida en pleno velo de la luz del sol deambulaba por las calles afirmando que buscaba hombres honestos;2425 años después
comienza la historia de nuestro Diógenes de Sinope criollo…
Tal vez sea mejor llamarles oriundos de la calle ya que desde nuestra impasible
conducta solemos ignorar que ellos al igual que nosotros gozan…sufren de un
pasado. Llegamos a tal punto en que consideramos que estos “habitantes” nacen,
crecen , se reproducen y mueren en las calles, es como si estos hombres y mujeres vestidos con lujosos
zarrios fuesen igual de importantes que la estatua que adorna nuestro parque
cultural más cercano, es así que no son más que un adorno.
<<Bogotá, la mal llamada Atenas suramericana, una
ciudad de pésima movilidad, de drogas que nos hacen escapar inexorablemente de
las cadenas que nos mantienen atados a nuestros propios temores y a nuestras
propias pasiones, de parques que pasaron de ser eso para convertirse en los
lienzos sobre los cuales los violadores pintan sus conmemorativas historias, una
ciudad en la que el político corrupto parece encarnar al mesías crucificado y
poco a poco nos lleva, a nosotros, sus borregos, directamente al matadero; más que una Atenas, es el resultado de un
encuentro fortuito de una noche entre la furcia Sodoma y la incomprendida Gomorra, razón por la cual
hasta para calcular cuantas son las mujeres y hombres que deambulan en sus
calles en busca de sexo a cambio de dinero, resulta ser más que
inimaginable, imposible. Amada Bogotá, dicen de ti que tus conciudadanos son
cultos, que gustan del arte de leer y escribir literatura, pero eso no es lo
que refleja tu cultura, tu expresión escrita, tu expresión oral…haz hecho más
daño que bien al idioma español. >> Esto era lo que cavilaba Manuel Alberto Yarini,
mientras caminaba con sus harapos sucios a sus cuestas por la Av Carrera 7#22-47, al frente del teatro
Jorge Eliecer Gaitán; se sintió alegre al hallar dentro de una bolsa blanca
lo que para él sería su desayuno – o más bien su almuerzo- , era un pedazo de
pan a medio comer, un poco de caldo de papa y algo de arroz, “que gran festín”
se dijo mientras dichosamente se llevaba la comida hacia su boca rodeada de una
espesa barba, la cual era humedecida por las gotas de caldo que se escapaban de
sus fauces mientras masticaba. Pensaba que era como ver a un antiguo guerrero
vikingo celebrando la derrota de algún monstruo de proporciones
mitológicas en un banquete arreglado por
el mismísimo rey: barbas sucias, llenas de migajas de pan, de dientes sucios y
llenos de carne entre las encías, de borrachos con mujerzuelas en sus regazos,
de cerveza, de espuma, una embriagante felicidad acompañada de todos los
placeres que se pueda imaginar un simple…Un golpe en su espalda había detenido
su placentero meditar.
En su pasado Yarini fue un hombre “exitoso”, era escritor de
novelas y en algunos momentos de suerte se atrevía a indagar en el mundo de la
tragicomedia, bajo el seudónimo de “El Espejo” -como el nombre de aquel
nihilista poema de Barba Jacob- se hacía reconocer en el ámbito literario.
Profesor de Letras y literatura en la Universidad Nacional de Colombia, gozó de
un gran reconocimiento por su lucidez y genialidad pero ante todo era bienquisto
por su exquisita labia y gran retórica. La muerte prematura de su hijo y de su
esposa en un accidente automovilístico le había cambiado la vida, pues desde
entonces el óbito era el eje central de su pensamiento, y para escapar de estos
deformes pensamientos decidió caminar por un camino aún más estrecho y oscuro:
las drogas. Había conocido así a las
mujeres más modestas y lujuriosas, conoció a aquellas que tenían la piel tan
blanca, tan pura que al contacto de está con su ser, le hacía sentir como su pasado
regresaba al presente; conoció a aquellas que por cada beso que le daban en su
brazo sentía como mil agujas le pinchaban al mismo tiempo, empero, después de
esto se sentía tan aliviado que el beso era solo un preámbulo a un mundo de
sensaciones placenteras; otra mujer que conoció tenía un nombre peculiar y era,
tal vez, su favorita, ella en el mundo del “desierto rojo de california” se
hace llamar: O- fu- Jung, o en un
contexto más cercano al nuestro, Veneno Negro.
<< Mi Veneno
Negro, o el mismo “Tesoro de Dios”, nuevamente nuestro encuentro es fugaz,
mujer de danzas oscuras y lienzos bordados de oro, en nombre tuyo mil guerras
se han librado, ¿por qué entonces me visitas a mi como lo haces con cualquier
otro? Eres la cortesana favorita de todo aquel que paz busca>> Su difunta
esposa, que con el nombre bajo el cual en su mundo de letras había bautizado
como La Petit Berthe, le hacía recordar lo desdichada que era la vida sin una
mujer, sin el amor. Su hijo de quien poco hablaba pues decía que poco tenía que
hablar de él, le recordó que con su muerte acabaría su linaje, pues como estaba
ahora ninguna fémina se fijaría en un gañan como él. Esto era lo que escribía
en su nueva novela “De las tragedias y otras dichas”.
A los 3 años de la muerte de sus seres queridos, Yarini transformó a tal punto su conciencia
que dejo de preocuparse por su aspecto, no le importaba como vestía, ni como
olía, ni mucho menos si se bañaba, para
él, lo verdaderamente cautivador era potenciar su conocimiento, quiso así
transformarse en un hombre de virtudes y poca moral. Se percató que para
librarse de cualquier prejuicio social aparente y de cualquier atadura de un
sistema neo-liberal debía morir o no existir, por lo tanto, renunció a todo lo
que tenía, lo dono, lo dio a quien él consideraba que lo necesitaba realmente,
fue así como hizo de la pobreza su mejor aliada y del hambre su idea magistral.
El Espejo se había ensuciado, ya no relucía de igual manera pero a diferencia
de antes, ahora si reflejaba su verdadero nombre, su todo, su nada.
No fue sencilla su metamorfosis, como Gregorio al despertarse,
Yarini se veía así mismo como un insecto
monstruoso. "Todo el conocimiento, la totalidad de preguntas y respuestas
se encuentran en el perro” Leía a Kafka mientras por una noctambula Bogotá el
frio agolpaba en sus descalzos pies, sentía como un viento con aroma a CO2
combinado con el mal olor a heces fecales y a orina que expedía su piel se
acumulaba entre las fosas nasales de su nariz, suspiro y se dijo: “natura”. Su
piel estaba algo lastimada, llagada tal vez del frio tan abrumador, siempre le
perseguía, especialmente cuando intentaba conciliar… ¡no!, mas bien cuando
luchaba contra el sueño, se podía ver como los folículos de su piel se
inclinaban hacia arriba como lo hacen los musulmanes cuando están orando en la
mezquita y ante una señal todos hacen una reverencia apuntando hacia los
cielos; sus pelos se colocaban tan firmes como los soldados en una
conmemoración de honor presidencial, el frio le hacía sentirse vivo, le daba de
alguna u otra manera un calor inexplicable, una sensación de encontrarse solo y
completo. A pesar de esto, a las 7 de la noche aparecía su fiel deudora, la
única amiga que nunca podía faltar en sus veladas y en sus fiestas peregrinas,
así es: el hambre, aquella dichosa razón por la cual los seres humanos nos
movemos con el único objetivo de cagarla por el recto al final. Aquella era su
única comida del día, pues durante la totalidad del día le era imposible
conseguirla, pues prefería desperdiciar su tiempo en leer libros tan vagos que
en pensar en su mísera supervivencia; la boca se le secaba, salivaba un poco
como los perros que le acompañaban, sentía como alguien le incitaba a robar
para comer o mendigar por comida, sin embargo, estas cosas iban en contra de
lo que él pensaba pues como Nietzsche argumentaba: no hay peor virtud que la
misericordia.
El no tener un horario, digámoslo así, "fijo" en sus comidas,
hizo que desarrollara una gastritis que posteriormente se transformó en un
cáncer de estómago, el dolor que sentía no se equiparaba al que sentían
aquellas personas sometidas al programa de experimentación del Escuadrón 731,
pues prefería mil veces que le abrieran el estómago en vida, a soportar
como por intervalos e incesantemente aparecía ese dolor que le apuñalaba poco a
poco, sentía un desespero tal como para lanzarse desde el primer puente que
viese, pero eso no era todo, cuando el hambre le atacaba, lo hacía
conjuntamente la sed, era tal su necesidad que un día vio que uno de sus perros
bebía agua de una cañería y no pudo soportar la tentación de beberla, fue así
como la pica apareció. El charco de agua parecía contener más suciedad que
agua, era como ver una tasa de tinto donde el tinto sobrepasa la cantidad de
agua, se veía una pequeña isla negra que sobresalía a la mitad, al beberla no
quedo un bigote de leche o algo parecido, le quedo entre sus dientes polvo,
suciedad y partículas de arena que le hicieron automáticamente vomitar, sin
embargo, agradecía por el encanto de sentirse saciado. Sus perros comían del
vomito que salía de sus sucias fauces.
Una tarde, en pleno ocaso, Yarini se dirigía al teatro donde conoció a su
querida La Petit Berthe, fue entonces cuando se detuvo un momento para tener
otra sesión con su querida dama oriental O-fu- Jung, conversó con ella durante
unos minutos y prosiguió en su acometer, deseaba ir a ver una obra de teatro
llamada “De las tragedias y otras dichas”, así es, su novela hecha por maestros
de lo dramaturgo, de la pantomima. Deseaba reflejarse a sí mismo. Al
encontrarse en la entrada del teatro Jorge Eliecer Gaitán, sintió un golpe
mientras cavilaba, ¡era La Petit
Berthe!, un frio recorrió su frente y luego su espalda, se sintió abrumado,
continuamente dichoso; La Petit Berthe le invitó al teatro, tomados de las
manos, como dos pequeños niños jugando a los exploradores, entraron en dicho
lugar, las personas se agolpaban, el lugar estaba a estallar pero ninguno de ellos sabía que el mismo escritor de tan talentosa obra se encontraba entre ellos, al
mirarse en un reflejo de un espejo que tenía un cartel de la obra, Yarini se
vio a sí mismo como un Dandy, estaba tan elegante que el portero del teatro le
llamaba señor y le decía: “con su permiso”, y que decir de La Petit Berthe, que
mujer tan hermosa, con una mirada profunda, de ojos color miel y de pelo rojizo
y ondulado, ambos parecían pertenecer al lujoso Jet- Set, todo era perfecto. Cuando la obra comenzó, Yarini y La Petit Berthe fijaron sus miradas sobre los
personajes que los personificaban, era extraño pensó Yarini <<ver tu vida
reflejada por otras personas, pero, si lo pensamos somos eso, un reflejo de los
demás, somos…El Espejo>>.
La obra finalmente finalizó, Yarini iba saliendo del teatro,
cuando de repente apareció uno de sus mejores amigos, Letot, quien en un pasado
había amado en secreto a La Petit Berthe, sin
dudarlo, Letot sacó un arma de sus regazos y disparo un proyectil en
contra de La Petit Berthe.
Yarini lloró sin cesar, cuando restregó sus ojos y
los volvió a abrir estaba comiendo de la bolsa blanca. Un golpe sintió en su
espalda, cuando volteó era un policía que venía en busca de una bronca.
Todo
había sido obra de su tan amado Veneno Negro, un juego de mala broma de la
señora O- fu- Jung.
Sonrió.
Escrito por: Ama-Gi (Sebastián Rodríguez Pineda)
Imagen adquirida de: http://keijusalama.deviantart.com/art/Magici-356738723
Creada por: http://keijusalama.deviantart.com/