domingo, 13 de octubre de 2013

¡No me ames!

¡No me ames!


                                                                              Para M.A.H.R

¿Por qué te atreves a decir que me amas? ¿Acaso no sabes cómo me lastimas?
¿Qué tan decidida irías al estrado de Perséfone, mi querida Psique?
¿Por qué te cubres los ojos con laureles espinados?
¿Por qué la oda abandonó a Homero en las aguas del inquietante mar Tirreno?
¿Somos un trino?
La lírica, tu belleza y mi melancolía.
¿Los cielos estrepitosos comprenden de la pasión de la tierra seca y estática?
¿Puede acaso, un poeta, un hombre, un Numen, un Dios cristalino, y una mujer, entender el lenguaje encriptado de las poesías mudas?
¿Por qué me lastimas?
¿No oyes el susurro de los robles milenarios?
¿Has visto cómo dos flores –una pura y la otra triste veraniega- arden en las llamas del sol griego?
¿He sido un Benvenuto Cellini de tu templo renacentista?
¡Oh! ¡Lamento poético!
¡Oh! ¡Espejos universales!
¡Oh! ¡Espíritus cosmopolitas!
¿Poetas, acaso hemos menoscabado al amor? ¿Por qué han hablado antes de la mujer que ahora me posee, que me embriaga? ¿Por qué se atrevieron a imaginarla en épocas distantes?
¿Acaso –amada mía- el tiempo – temeroso y celoso- ha cambiado tu nombre? ¿Eres el secreto del eco de las olas?
Tal vez: Fanny Brawne o Eva Hanska.
A lo mejor: Alfred Douglas o el soneto 145 de Shakespeare.
¿Han sido estos, tus antiguos nombres?
Mi diosa coronada, ¿Por qué reencarnaste para maldecirme con tu amor?
¿No te vasto nunca con las odas de Homero o de Keats?
Ahora vienes –danzante y ruborizada-
en medio de ramas y espinas doblegadas por la suavidad de tus pies
-mientras Lilith se lamenta en el lecho del difunto Adán-  
a conquistar con vino y ambrosía mis
labios secos  y ásperos como las sábanas amarillas que recubren el desierto Sahara.
¡Eres insaciable como la codicia de una reina victoriana!
¡Helénica¡  Tus  proezas  recubren lo vestigios de los lirios abandonados
en el misterio de Nefertiti.
¡No dudes de la inmortalidad de mi amor!
 De su letargo y levedad;
Pues desde que la primera lira acompaño un verso
Mi nombre y el tuyo han viajado
por miles de urnas poéticas:
Te he amado desde la creación de Gilgamesh,
Desde el lamento Homérico,
Desde el amor nefasto Shakesperiano
 –Romeo y Julieta- fueron una de las tantas
Representaciones nuestras.
Te he amado desde que la hoja desprendida
confesó su amor al viento que suave la llevaba hacia el suelo,
Te he amado desde que Neruda te vio
Y te describió en los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Te he amado desde que Isadora Duncan juro solemne fidelidad
al arte de la danza.
Te he amado desde que Wilde se lamentó
- triste y desolado en la cárcel de Reading-
del egoísmo de un capricho eterno
que le hizo sentir el albor De Profundis .

Te amé, mientras Silva aprisionaba el cañón
Contra su pecho;
Y en el instante en que la muerte le abrazó
-con sus brazos esqueléticos y etéreos-  gritó:
¡Nocturno!
¡Inclusive hasta en ese terrible instante, también te amé!
Ahora,
en función de la aurora mediterránea,
un poeta nuevo, propio de esta época,
te escribe de nuevo,
Alimentando tu codicia,
Tu lamento,
Tu sed de amatista;
En búsqueda me encuentro
De ser el poeta que fecundará –como Ricardo Arenales-
Su nombre en el Espejo de la historia…
Y dichoso soy que
Olvidado seré,
Y en lamento caeré
Cuando la eternidad me dé la razón.
¡No me ames!
¿Acaso no ves que ya lo he hecho desde que pasado reto a futuro con la idea de inmortalidad?
Te he amado desde que te pedí que no lo hicieras…


Siempre tuyo
Juan Pedro Pablo



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