sábado, 31 de agosto de 2013

El lamento de los amantes

El lamento de los amantes


Para M.A.H.R



¡Temor, no te alejes!
No importa: Mi alma es de viejos robles,
en  antaño tus demonios
bebían el almíbar
de los poetas,
Y la lira sonaba –distante y divina-
mientras el Narciso
se marchitaba en el
cieno sucio.

No entenderás:
¡Maldecid y encontraos
todos males posibles
en esta urna, en este
espíritu más tuyo que mío,
que en tu desdicha busca purga!
(Y alegraos: Baudelaire –sacrificado y enmasillado-
es poseedor de todos estos males,
¡El mesías cristiano de los poetas malditos!)

Encuéntrame,
las penas de Júpiter
se reflejan en tus labios,
y éste –tentado por la
euforia  de los lujuriosos-
los muerde,
¡Y el vino,
como espesa sangre,
brota de tus grises iris!
Y una rojiza luna
-triste y decembrina-
refleja  una sombra
tan espectral
que el Súcubo Judío
tiñe sus dorados rizos
de un rojo tan oscuro
que el mismo Dios teme
al profundo, al abismal:
¡Divino inframundo!

Belleza enceguecedora:

El Radamantis petrificado.

Seco ante el desahucio de tu amargura. 

Arribamos en
las cenizas –ardientes y amargas-
de la playa de
las bellas Islas Elíseas;
mi palabra es honda
pero mi acción efímera,
tus labios morados
seducen a la doncella
negra,
Perséfone te habla:

¡Pobre de ti,
Eurídice, que por
mirar hacia atrás
-insegura, bella y triste-
Orfeo en el viento,
-débil como lirios purpúreos- :
cedió!



Juan Pedro Pablo 

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