¡No me ames!
Para M.A.H.R
¿Por qué te atreves a
decir que me amas? ¿Acaso no sabes cómo me lastimas?
¿Qué tan decidida irías
al estrado de Perséfone, mi querida Psique?
¿Por qué te cubres
los ojos con laureles espinados?
¿Por qué la oda
abandonó a Homero en las aguas del inquietante mar Tirreno?
¿Somos un trino?
La lírica, tu belleza
y mi melancolía.
¿Los cielos
estrepitosos comprenden de la pasión de la tierra seca y estática?
¿Puede acaso, un
poeta, un hombre, un Numen, un Dios cristalino, y una mujer, entender el
lenguaje encriptado de las poesías mudas?
¿Por qué me lastimas?
¿No oyes el susurro
de los robles milenarios?
¿Has visto cómo dos
flores –una pura y la otra triste veraniega- arden en las llamas del sol griego?
¿He sido un Benvenuto
Cellini de tu templo renacentista?
¡Oh! ¡Lamento poético!
¡Oh! ¡Espejos
universales!
¡Oh! ¡Espíritus
cosmopolitas!
¿Poetas, acaso hemos
menoscabado al amor? ¿Por qué han hablado antes de la mujer que ahora me posee,
que me embriaga? ¿Por qué se atrevieron a imaginarla en épocas distantes?
¿Acaso –amada mía- el
tiempo – temeroso y celoso- ha cambiado tu nombre? ¿Eres el secreto del eco de
las olas?
Tal vez: Fanny Brawne
o Eva Hanska.
A lo mejor: Alfred
Douglas o el soneto 145 de Shakespeare.
¿Han sido estos, tus
antiguos nombres?
Mi diosa coronada, ¿Por
qué reencarnaste para maldecirme con tu amor?
¿No te vasto nunca
con las odas de Homero o de Keats?
Ahora vienes –danzante
y ruborizada-
en medio de ramas y
espinas doblegadas por la suavidad de tus pies
-mientras Lilith se
lamenta en el lecho del difunto Adán-
a conquistar con vino
y ambrosía mis
labios secos y ásperos como las sábanas amarillas que
recubren el desierto Sahara.
¡Eres insaciable como
la codicia de una reina victoriana!
¡Helénica¡ Tus proezas recubren lo vestigios de los lirios
abandonados
en el misterio de
Nefertiti.
¡No dudes de la
inmortalidad de mi amor!
De su letargo y levedad;
Pues desde que la
primera lira acompaño un verso
Mi nombre y el tuyo
han viajado
por miles de urnas poéticas:
Te he amado desde la
creación de Gilgamesh,
Desde el lamento Homérico,
Desde el amor nefasto
Shakesperiano
–Romeo y Julieta- fueron una de las tantas
Representaciones nuestras.
Te he amado desde que
la hoja desprendida
confesó su amor al
viento que suave la llevaba hacia el suelo,
Te he amado desde que
Neruda te vio
Y te describió en los
Veinte poemas de amor y una canción
desesperada.
Te he amado desde que
Isadora Duncan juro solemne fidelidad
al arte de la danza.
Te he amado desde que
Wilde se lamentó
- triste y desolado
en la cárcel de Reading-
del egoísmo de un
capricho eterno
que le hizo sentir el
albor De Profundis .
Te amé, mientras
Silva aprisionaba el cañón
Contra su pecho;
Y en el instante en
que la muerte le abrazó
-con sus brazos esqueléticos
y etéreos- gritó:
¡Nocturno!
¡Inclusive hasta en
ese terrible instante, también te amé!
Ahora,
en función de la
aurora mediterránea,
un poeta nuevo,
propio de esta época,
te escribe de nuevo,
Alimentando tu
codicia,
Tu lamento,
Tu sed de amatista;
En búsqueda me
encuentro
De ser el poeta que
fecundará –como Ricardo Arenales-
Su nombre en el
Espejo de la historia…
Y dichoso soy que
Olvidado seré,
Y en lamento caeré
Cuando la eternidad
me dé la razón.
¡No me ames!
¿Acaso no ves que ya
lo he hecho desde que pasado reto a futuro con la idea de inmortalidad?
Te he amado desde que
te pedí que no lo hicieras…
Siempre tuyo
Juan Pedro Pablo