De Profundis
La belleza es una
forma de genio.
De hecho, está
por encima del genio,
ya que no necesita
demostrarse.
Oscar Wilde
Mi amor es necio y se comporta
de tal manera que ni el mismo se puede controlar. Intenté al sol blandir en mis
manos y dos gotas cayeron de mis ojos cuando entendí lo lejos que se encontraba
éste de mis limites, ¡oh!, que desgracia la que viven mis sentidos pues ante tu
magnánima e inefable belleza no logran interpretar la realidad per se.
Eres la estatuilla predilecta
del orfebre Benvenuto Cellini, tus
bordados en oro resplandecen hasta tocar las estrellas y tu delicadeza compite
con la serenidad de las rosas que reposan en el cieno de un lago joven y
estrepitoso.
Debo quitarme la vida, pues he
osado escuchar las liras y los acentos de los ángeles del Señor, y como
cualquier mortal, no soy digno de recibir tan esplendido regalo.
Placer, se llama lo que a mi
vida le da sentido y en él encuentro regocijo. Le amo tan frenéticamente como lo
era el antiguo amor de los griegos, mi
amor por él es más desenfrenado que el amor del rey David y Jonatán.
¡Oh! Complaciente y ardido
amante, eres mi entelequia, mi telos.
Se me es difícil despedirme cuando eres la fuente de mi bondad, el primer haz
de luz que entra por la ventana de mi cuarto, el aire de la madrugada que
respiro, ¡que fresco y limpio!, así eres tú.
Ten piedad de mi endeble alma
que en busca de genialidad lo único que encontró fue frivolidad, dadme calor,
abrázame en este tormentoso verano y hazme sentir libre, aleja de mi isla las
olas que con fuerza atacan su vera y por medio de esta acción pretenden
llevarse todo lo que la soledad le ha hecho llegar a sus orillas.
¡Oh! Divina Providencia, tu
inclemencia me ha hecho débil, tu compasión me ha corrompido y tu belleza me ha
hecho maldito. Quiero amarte con la pasión que Miguel Ángel le confirió a Tommaso di Calvalieri en sus loables sonetos.
Señor de mis pecados, dueño de mis sueños, protector de mi pureza, mi
virginidad te ha sido conferida, aquel acto simbólico que lo que anhela es la
beatitud de tus proezas.
¡Qué evento más solaz! Encontré consuelo en El rapto de Ganimedes, asciende, asciende, asciende
conmigo mi señor y hazme tuyo entre lirios y laureles de oro. Sé el águila que
raptó a este hermoso príncipe. Condecórame con halagos y poemas y hazme eterno
entre los nombres que pronuncia el olvido.
¡Oh! mi señor Wilde, como
dijiste en La decadencia de la mentira: “Ningún gran artista ve nunca las cosas tal como son.
Si lo hiciera dejaría de ser un gran artista” Que razón tienes, y ante esto
mi querido Gigante Egoísta debo
regocijarme, ya que tú misma belleza me ha dejado sin ojos, sin percepción…sin
aliento.
Libre, ahora que con tu ayuda
por fin he alcanzado la copa del árbol marchito. Pronto florecerá, pronto.
Escrito por: Juan Pedro Pablo